Actualmente uno de los sistemas más utilizados para el manejo de datos de los productos y su identificación individual es el RFID. RFID es un sistema de identificación por radiofrecuencia para la recuperación de datos vía remota mediante el uso de dispositivos como etiquetas, tarjetas, pulseras o tags de otro tipo; gracias a su durabilidad, facilidad de uso y a que permite incluir una gran cantidad de datos asociados con un producto, cada vez son más los entornos en los que se adopta esta solución, incluso para la identificación de personal en sistemas empresariales.
Las etiquetas que integran este sistema son dispositivos de tamaño reducido que se pueden adherir o incorporar a un producto o incluso a un animal o a una persona. Están compuestas por pequeñas antenas que establecen comunicación con un emisor-receptor RFID para recibir y responder las peticiones que les sean enviadas.
La manera en que funciona un sistema RFID en realidad es bastante sencilla: la etiqueta RFID contiene los datos que le fueron asignados para su identificación y envía una señal de radiofrecuencia para transmitir esa información hasta un dispositivo que se encarga de leerlos y traducirlos a formato digital para que sean interpretados.
Los sistemas RFID se componen de un tag RFID, etiqueta o “tranpondedor”, de un lector o transceptor y de un subsistema para el procesamiento de datos. Como acabamos de mencionar, el dispositivo RFID o transpondedor se compone de pequeñas antenas para la emisión y recepción de señales de radiofrecuencia, además cuentan con un transductor de radio y un chip u otro material encapsulado en el que se contiene la información que le fue asignada.
Las antenas tienen como fin transmitir los datos de identificación de la etiqueta contenidos en el chip, el que contiene una memoria interna de capacidad variable que puede ir desde una decena hasta millares de bytes, según el modelo.
La memoria de la etiqueta puede ser de solo lectura, con un código de identificación único que se personaliza al momento de fabricar la etiqueta o transpondedor; o bien, de lectura y escritura, lo que permite modificar la información de identificación por el lector. También existen tags que se escriben una vez y se leen muchas.
El lector RFID o transceptor también se compone de una antena, además de un transceptor y un decodificador. Estos lectores envían de manera periódica señales para detectar si alguna etiqueta (o tag) se encuentra en su área de cobertura y en el momento en que captan la señal de una de ellas, extraen su información y la envían al subsistema de procesamiento de datos. En términos simples, lo que hace el subsistema de procesamiento es brindar los medios necesarios para procesar y almacenar los datos recabados de los transpondedores.
Hoy en día se pueden encontrar diferentes tipos de etiquetas RFID, las que se catalogan según sus necesidades de alimentación. Encontramos así las pasivas, semipasivas o semiactivas y las activas. Las pasivas son las más comunes, pues son más económicas de fabricar, ya que no necesitan de ninguna fuente de alimentación interna para emitir o recibir las señales de radiofrecuencia.
Éstas únicamente se activan cuando se encuentran cerca de un lector que induce una corriente eléctrica mínima para suministrarle la energía necesaria para establecer la comunicación. Las distancias de uso práctico de una etiqueta pasiva comprenden desde los 10 centímetros y puede llegar hasta unos pocos metros dependiendo del diseño de su antena, tamaño y frecuencia de funcionamiento. Una etiqueta pasiva se puede incluir en un adhesivo o bien, insertarse bajo la piel cuando son de baja frecuencia.
Las activas, por otro lado, sí cuentan con una fuente autónoma de energía para dar corriente a sus circuitos y emitir su señal hasta el lector. Se caracterizan por ofrecer una mayor fiabilidad y dado que transmiten una señal de mayor potencia, se pueden utilizar en entornos donde existan elementos que interfieran en la radiofrecuencia, como metales y fuentes de agua. Además, sus rangos efectivos son superiores y establecen comunicación a varios cientos de metros y, aunque suelen ser más grandes y costosas, tienen una vida útil de hasta 10 años.
Algunas pueden integrar sensores que registran variables como temperatura, humedad, luz, radiación, vibración y componentes que se encuentran en la atmósfera, por lo que resultan ideales para implementarse en entornos donde se trabaja con productos farmacéuticos o alimentos. Finalmente, las semipasivas o semiactivas funcionan asistidas por una batería aunque no emiten la corriente suficiente para que la emisión y recepción de la señal se realice de manera autónoma.
El uso de un sistema RFID ofrece muchas ventajas y la más sobresaliente es que facilita la identificación y localización de productos, animales y personas de forma automática, lo que permite ahorrar tiempo y esfuerzo y por tanto, contribuye a mejorar los flujos de trabajo e incrementar la productividad. Otra característica que destaca de este tipo de sistemas es que es altamente seguro y es una excelente solución a los problemas de falsificación de datos y productos, lo que se presenta con bastante frecuencia en industrias como la farmacéutica.
Aplicaciones frecuentes de RFID son las de trazabilidad, pudiendo rastrear un producto desde su fabricación hasta el usuario final y luego hasta que es desechado, las de control de activos en las que se sabe la posición exacta de un objeto dentro de las instalaciones del usuario, o bien, si salió de las mismas y en qué momento lo hizo. También hay aplicaciones para identificación de personas con el uso de brazaletes o para controlar las llantas de camiones o los uniformes de empresas, por ejemplo.
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